Desde muy pequeño, mi vida estuvo inmersa en el fascinante mundo del lenguaje corporal. Comencé a aprender a leer las señales no verbales a la temprana edad de ocho años, gracias a la combinación única de las profesiones de mis padres. Mi mamá, una destacada psicóloga, y mi papá, un exitoso empresario, entendían la importancia de este conocimiento y decidieron enseñarme desde muy joven.

A medida que fui creciendo, empecé a aplicar estas técnicas en mi vida diaria. En la escuela, me ayudaban a convencer a mis profesores y a conectar mejor con mis amigos. A los trece o catorce años, mi interés por el lenguaje corporal se convirtió en una verdadera obsesión. Comencé a estudiar intensamente, devorando cursos y libros sobre el tema.

Este conocimiento no solo me ayudó en el ámbito académico y social, sino que también se convirtió en una herramienta poderosa para mi vida profesional. Lo utilicé para vender productos y servicios, negociar con éxito, y sí, incluso para conquistar corazones. Cada interacción se volvió una oportunidad para aplicar lo que había aprendido.

Todo dio un giro cuando tenía diecinueve años. Un amigo de un amigo, impresionado por mi habilidad para convencer y vender con facilidad, me preguntó cómo lo hacía. Le expliqué mi trasfondo y me animó a crear un curso. Con su apoyo, diseñé mi primer programa y él se convirtió en mi primer cliente.

Ese momento marcó el inicio de un proyecto apasionante que ha crecido desde entonces. Hoy, sigo compartiendo este conocimiento, ayudando a otros a descubrir el poder del lenguaje corporal, y disfrutando de cada paso del camino.